29 enero, 2009

Los gusanos de R



R era ese tipo de amigo que te conquista con una afinidad bárbara. Yo disfrutaba mucho estar con él, haciendo cualquier cosa o haciendo nada. Teníamos muchas cosas en común.

Ahora mis intereses son otros, pero R prefirió quedarse con la idea de que cuando fuéramos gatos, correríamos juntos por los techos y en la oscuridad de los árboles nos daríamos un gran beso.

Yo había decidido alejarme de él, poco a poco. Él conocía esa parte de mí que me hace emigrar a mi esfera y encerrarme por un tiempo, alejándome de todos, incluso de él. Pero había surgido otra razón: R y yo empezamos a gustarnos, la tensión era muy fuerte; y nos hacíamos los desentendidos. Yo preferí evitar una catástrofe, pues siempre creí que por tener caracteres explosivos entre los dos jamás existiría una buena relación sentimental. Yo conocía sus defectos, eran parecidos a los míos; y siendo su amiga, no me afectaban.

Por el patio de universitarios, caminé hacia la cafetería. R se acercó, estaba enojado.

-Tenemos que hablar -dijo.
-Hoy tengo exposición, estoy muy ocupada -le dije.
-Lyli Esto es importante.
-¡No me interesa! déjame en paz R.
-¿Ves? Eso quiero que me expliques: por qué me tratas así. Te haces la loca y no me hablas, no me respondes el celular, ni mis cartas.
-Tengo problemas y quiero estar un tiempo sola -le dije.

R deslizó su mano por mi hombro izquierdo y acercó sus labios a los míos, y me susurró: -¿Qué te pasa?-. Sentí su delicioso aliento al mismo tiempo que mi estómago fue apretado por algo frío. Me alejé de él diciéndole: -Mira, no tengo tiempo. Hablamos en otro rato.

"Hablamos en otro rato". ¡Mierda!, si ya lo estaba logrando, para qué le dije que hablaríamos en otro rato -pensaba y me reprochaba.

Y ese fue el inicio.

20 enero, 2009

Más arriba



Me asomé a la ventana. Cerré mis ojos, y con todo la fuerza que antes no creí tener, deseé volar, y volé. Vi las palmeras y el puente falso. Volé tanto y caí. Escuché el humillante impacto de mis huesos contra los adoquines. Me puse de pie y volé.

Fui hasta donde el cielo no termina, y miré el mar. Lo sentí, lo amé y lo necesité; y sobre él, dejé caer mi humanidad. Olvidé mi alma distraída, que cuando se vio sola, me siguió... y me alcanzó. Se fundió con mi cuerpo.

En el fondo del mar yo era una ballena.

Salí y volé.

Cuando estuve en el otro infinito, era nuevamente yo.

Un poco distinta.

16 enero, 2009

Diamante


La función se programó para las ocho. En un sillón gamuzado del lobby del teatro esperé a mi asistente, avisó que pronto llegaría con mi máscara. Pinté con rojo mis labios mientras repasé mentalmente una parte del guión que el escritor había modificado. Guardé los maquillajes y miré el cuero de mi traje negro; había adelgazado y me pareció que me quedaba increíble. Miré mis botas negras y me percaté que la izquierda tenía un poquito de polvo en la punta; doblé mi cuerpo y lo sacudí con la mano derecha, me detuve por dos segundos en esa posición, y mientras pensé en comprarme unas nuevas, dejé caer mi pecho sobre mis muslos. Con mis ojos cerrados descansé la frente sobre mis rodillas. Pensé en Valentina, y conté los meses que habían pasado desde aquella vez que nos vimos y acordamos separarnos. Recordé las promesas que nos hacíamos cuando estábamos juntas. Traté de imaginar qué estaría haciendo, pero abandoné ese pensamiento, pues yo sabía lo que vendría… ella no estaría sola, y esa era una razón para odiarla.

Escuché los pasos y el murmullo de la gente que entró al teatro. Un pequeño ser se acercó y tocó mi brazo; palpó con su manita el fino cuero de mi ceñido traje negro, cuando volteé y lo miré, corrió. Sonreí hasta que lo vi esconderse detrás de su madre, quien me miró con expresión de nada; volví a mi posición y dormí.

Soñé que la máscara me quedaba muy chica. Desperté y creí que era muy tarde. Me levanté un poco asustada por el sueño, luego me apacigüé. Recorrí con mis ojos el espacio, bostecé y me cubrí la boca, me di cuenta que el barniz negro de mis extensas uñas aún no estaba seco.

Mis ojos enfocaron el reloj cuando me dijo que solamente había dormido cinco minutos. Llamé al celular de mi asistente y dijo que el tráfico lo había atrasado, pero que en diez minutos llegaba; le dije que viniera pronto y que me trajera un café. El sueño me había atrapado. Me levanté y caminé hasta el oscuro rincón del lobby y me senté, pensé en dormir otros cinco minutos. Con el folleto promocional de la obra hice viento y sequé mis uñas de utilería.

Cuando miré la escalera que daba a la platea del teatro, la vi.

“Valentina acompañada por un hombre” –exclamé para mis adentros–. La respiración se me acortó, me sentí desvanecer y todo lo vi más lejos, más oscuro y más incierto; quise llorar, gritar, morir, olvidar, reir… quise todo al mismo tiempo.

Traté de calmar mi patético arcoiris de emociones y recosté mis hombros en el espaldar de la silla, mientras con furia enrollé descuidadamente mi látigo; tuve ganas de romperlo con mis propias manos, pero me contuve y lo puse en mi bolso. Después de eso, solo pude sentir tristeza. Miré para todos lados, pero en realidad no vi nada; luego fijé mi mirada en un mechón castaño de Valentina, que parecía más claro con las luces amarillentas del techo de la escalera.

Hablaban y buscaban a alguien, parecían unos felices desorientados. Cuando al fin tuve un perfecto plano de su rostro vi que, unida a él por su mano derecha, dio un paso y giró de manera graciosa su cuerpo hasta verlo a los ojos. Entonces, supe que lo amaba. Y la odié, la odié tanto que quise besarla.

La piel brillante de sus hombros descubiertos encandelilló la mirada de él. Valentina lo vio como quien contempla un codiciado diamante que pronto será suyo y, cuando sonrió, se le marcaron estratégicamente sus facciones para hacerla insoportablemente hermosa. Él, maravillado, sonrió y se acomodó con la mano derecha un mechón negro que con necedad se volvió a situar en el borde del cristal izquierdo de sus lentes.

Ella le dijo algo al oído, y él mostró una amplia sonrisa. Lo miré tres veces antes de aceptar el hecho de que me parecía sexualmente encantador. Ella, vibrante, sonrió y agitó sus espiralados cabellos; y con sus labios formó un simpático botoncito que llevó hasta la mejilla de su seducido hombre. Él puso sus blancas manos sobre las caderas de Valentina y le estiró el borde de la blusa que seguramente se le corrió mientras subió por las escaleras, y que dejó ver un poco de la parte baja de su tonificada espalda.

Mis ojos se alejaron de ese colorido cuadro mientras ella, abrazada de su cuello, lo miró con ternura y excitación. El diamante ya era suyo.

Mi asistente llegó. Bebí mi café y me puse la máscara, me quedó perfecta. Mis uñas estaban secas y yo estaba lista para la función. Salí de mi oscuridad y antes de subir al escenario, con grandes y firmes pasos, caminé hacia ellos. Miré a Valentina y con una sonrisa le dije: “Qué hermoso es tu diamante”. La besé y, dispuesta a ignorar mi tristeza, me marché.

15 enero, 2009

La jugadora


Ayer en la noche, sentadas en la mitad del bus, Tamara y yo nos dirigimos a nuestras casas, reímos y reflexionamos al hablar de algunos temas. Al final de nuestra charla de las inclinaciones por el relleno lineal de mis dibujos, le conté qué obra había escogido para mi nueva lectura.
–Estoy leyendo Crimen y castigo de “tu Dostoievski” –le dije.
–Oh… qué bueno. ¿Te gusta? –dijo Tamara.
–Sí, me gusta mucho. Antes leí un poco de El jugador, pero no es lo que busco –le dije– pensé que se trataba de otro tipo de jugador, y no de alguien que apuesta. Por ahora, no me seduce tanto la idea de leer sobre alguien que juega a la ruleta.
–Mmm… es que no has leído la biografía de Dostoievski, él era apostador. Además esa obra la escribió bajo mucha presión y la terminó en un tiempo récord: 26 días.
–Sí lo sé. Leí un poco de su biografía, sé que El jugador lo escribió al mismo tiempo que hacía Crimen y castigo –le dije mientras el carro se aproximaba a mi parada–. Me tengo que ir, hablamos mañana.
–Sí, me conectaré temprano al msn –dijo ella mientras yo me abrí paso entre la gente del pasillo del bus y avancé hasta la puerta.
–Ok, bye –le grité antes de bajarme.
Mientras esperé el otro bus que me llevó a casa, pensé en eso de “otro tipo de jugador”. El bus llegó. Subí, le pagué al conductor y me ubiqué en un asiento al inicio de la columna izquierda, puse mis ojos cerca de la ventana que estaba abierta hasta la mitad y unas débiles gotas de lluvia llegaban a mi cara, mojando sutilmente mis pestañas y opacando mi visión de las calles y casas mojadas de la ruta. Con los elementos que alcancé a ver; jugué a hacer composiciones fotográficas, quitando, poniendo objetos, aumentando luz, sombras… todas capturadas fantasiosamente por la cámara a la que en la oficina le había dedicado aproximadamente dos horas de navegación por sitios en los que me confirmaron que estaba enamorada de ella.
No supe, si no, hasta ese momento de mi rapidez para hacer planes; pensé en qué piezas, de esa gran evolutiva composición que es mi vida, debía mover: estudios, proyectos, dinero, familia, viajes, trabajos, pasantías, reencuentros afectivos, caprichos, etc. en fin: soportes de posibles momentos felices e infelices.
Bajé del bus y esquivando grillos que estaban camino a casa, hice y deshice mis estrategias.
Me reí al percatarme que ahora este es mi juego y que pronto haré mis apuestas, tiraré los dados, moveré mis piezas… todo eso para tener en menos de dos meses mi querida Nikon.

12 enero, 2009

El guardián entre el centeno



"Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos, sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que esos niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo, vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé, que es una locura".

El Guardián entre el centeno, J. D. Salinger.

Este libro me dejó con pensamientos que se repiten en situaciones en las que no existe un denominador común... simplemente aparecen y pienso en Holden y cómo actuaría si él fuese el dueño del momento, y no yo.

Aquí les dejo el link:
http://rapidshare.com/files/150110515/libros2.rar

08 enero, 2009

Los subterráneos


"... el mar de negrura en los ojos oscuros de una mujer es el mismo mar solitario, ¿y acaso iríais al mar a exigirle explicaciones, o a pregun­tarle a una mujer por qué cruza las manos en el regazo sobre una rosa? No."

(Jack Kerouac, Los subterráneos, 1958)


Leer este libro me ha dado una gran satisfacción. Una de las razones es Mardou Fox; en algunas líneas no pude evitar asociarla a mí. Toda la historia tiene esa frecura que me gusta encontrar en los libros.

Les dejo el link:

http://libros.literaturalibre.com/los-subterraneos/

Disfrútenlo.