24 abril, 2009

Aquella pelusita - Los gusanos de R



El sabernos solos en la banca de aquella canchita de intermitentes luminarias y el mutismo de la noche cubrieron de intensidad nuestros prematuros desdoblamientos. Cautivante fue el momento en el que R me dejó ver el rinconcito donde solo caben los dolores de su alma. Su pasado tiene los mismos matices que tienen sus ojos al aclararse con la luz, líneas coloreadas con tonos marrones, de claros a negruzcos que fueron mostrándose contrastados por aquellos días en los que la vida le enseñó a ser más fuerte, a ser mejor o peor o simplemente a ser. Deseé haberlo conocido cuando tuve siete años y haber jugado descalzos bajo la lluvia. Quise haber apretado su mano cuando aquella ausencia, que aún abrillantan sus ojos, lo aquejó. Quise haberlo conocido antes de mi escepticismo.

Esa noche, cuando me vi reflejada en sus ojos, vi la fantasía de aquellos que se encuentran, se conjugan y se quieren; su presencia me pareció demasiado y decidí darle la espalda y olvidarme de ella. El momento se espesó cuando se desató una inusitada conversación al quitarle una pelusita de su hombro cubierto de algodón negro.
–¿Qué haces? –me preguntó R.
–Nada, solo trato de sacar una pelusita de tu suéter –le dije mientras con mis dedos, que formaban una pinza, intentaba quitar la basurita enredada en los hilos de este.
–Ya está –le dije mientras me deshice de la pelusita.
R sonreía y eso me incomodaba.
–¿Qué pasa? –le pregunté extrañada.
–No sé –sonrió–, es solo que creo que serías una buena esposa ­–me dijo con ese tono cálido que lograba inquietarme.
–¿Qué? –le dije frunciendo el ceño y alejándome un poquito de él.
–Sí, me sentí como si me estuvieras arreglando para irme al trabajo o algo así, no me hagas caso –dijo sonriendo, y la ilusión me miró a los ojos.
–R, tenías una pelusita y la quité, ¡eso es todo! no sé el porqué de tu "risita" –le dije, prendiéndole fuego a mi fantasía y soplando sus cenizas para que no volviera nunca más.
–No me hagas caso. No te enojes, por favor ­–me dijo tomándome de los hombros.
–¿Estás loco? No estoy enojada, es solo que tu comentario me parece fuera de lugar –le dije con ficticia serenidad y me puse de pie–. Ya es tarde, me tengo que ir.

R también se puso de pie y me acompañó hasta mi casa; en el camino, tomó mi mano y me miró un par de veces, mientras yo en mi silencio pensaba que era necesario un nuevo distanciamiento.

Me despedí con indiferencia, entré a mi casa y llegué a mi dormitorio. Mientras me preparaba para una ducha, pensé en cómo sería un beso de R.