15 enero, 2009

La jugadora


Ayer en la noche, sentadas en la mitad del bus, Tamara y yo nos dirigimos a nuestras casas, reímos y reflexionamos al hablar de algunos temas. Al final de nuestra charla de las inclinaciones por el relleno lineal de mis dibujos, le conté qué obra había escogido para mi nueva lectura.
–Estoy leyendo Crimen y castigo de “tu Dostoievski” –le dije.
–Oh… qué bueno. ¿Te gusta? –dijo Tamara.
–Sí, me gusta mucho. Antes leí un poco de El jugador, pero no es lo que busco –le dije– pensé que se trataba de otro tipo de jugador, y no de alguien que apuesta. Por ahora, no me seduce tanto la idea de leer sobre alguien que juega a la ruleta.
–Mmm… es que no has leído la biografía de Dostoievski, él era apostador. Además esa obra la escribió bajo mucha presión y la terminó en un tiempo récord: 26 días.
–Sí lo sé. Leí un poco de su biografía, sé que El jugador lo escribió al mismo tiempo que hacía Crimen y castigo –le dije mientras el carro se aproximaba a mi parada–. Me tengo que ir, hablamos mañana.
–Sí, me conectaré temprano al msn –dijo ella mientras yo me abrí paso entre la gente del pasillo del bus y avancé hasta la puerta.
–Ok, bye –le grité antes de bajarme.
Mientras esperé el otro bus que me llevó a casa, pensé en eso de “otro tipo de jugador”. El bus llegó. Subí, le pagué al conductor y me ubiqué en un asiento al inicio de la columna izquierda, puse mis ojos cerca de la ventana que estaba abierta hasta la mitad y unas débiles gotas de lluvia llegaban a mi cara, mojando sutilmente mis pestañas y opacando mi visión de las calles y casas mojadas de la ruta. Con los elementos que alcancé a ver; jugué a hacer composiciones fotográficas, quitando, poniendo objetos, aumentando luz, sombras… todas capturadas fantasiosamente por la cámara a la que en la oficina le había dedicado aproximadamente dos horas de navegación por sitios en los que me confirmaron que estaba enamorada de ella.
No supe, si no, hasta ese momento de mi rapidez para hacer planes; pensé en qué piezas, de esa gran evolutiva composición que es mi vida, debía mover: estudios, proyectos, dinero, familia, viajes, trabajos, pasantías, reencuentros afectivos, caprichos, etc. en fin: soportes de posibles momentos felices e infelices.
Bajé del bus y esquivando grillos que estaban camino a casa, hice y deshice mis estrategias.
Me reí al percatarme que ahora este es mi juego y que pronto haré mis apuestas, tiraré los dados, moveré mis piezas… todo eso para tener en menos de dos meses mi querida Nikon.

4 comentarios:

Marakaramazov dijo...

Que linda LYl

Me gusta tanto tu prosa descripctiva... muy rica en matices... la saboreo una y otra ves y cada vez la encuentro más suculenta.

Tamara

Lylibeth Wiracocha dijo...

Qué bueno que te guste... ya sabes no escribo mucho ahora, pero lo estoy retomando.

Espero tu inspiración para tu post ;)

SengVou dijo...

Instrucciones para la reconstrucción de la personalidad.
Resultado garantizado.

Esto se me antojó interesante y entré en aquella puerta.

Me acogió una estancia a media luz y en silencio; allí estaba sentado en el suelo, sin silla, al uso oriental, un hombre que tenía ante sí una cosa parecida a un tablero grande de ajedrez. En el primer momento me pareció que era el amigo Pablo, por lo menos llevaba el hombre un batín de seda multicolor por el estilo y tenía los mismos ojos radiantes oscuros.

-¿Es usted Pablo? -pregunté.

-No soy nadie -declaró amablemente-. Aquí no tenemos nombres, aquí no somos personas. Yo soy un jugador de ajedrez. ¿Desea usted una lección acerca de la reconstrucción de la personalidad?

-Sí, se lo suplico.

-Entonces tenga la bondad de poner a mi disposición un par de docenas de sus figuras.

-¿De mis figuras...?

-Las figuras en las que ha visto usted descomponerse su llamada personalidad. Sin figuras no me es posible jugar.

Me puso un espejo delante de la cara, otra vez vi allí la unidad de mi persona descompuesta en muchos yos, su número parecía haber aumentado más. Pero las figuras eran ahora muy pequeñas, aproximadamente como figuras manejables de ajedrez, y el jugador, con sus dedos silenciosos y seguros, cogió unas docenas de ellas y las puso en el suelo junto al tablero. Luego habló como el hombre que repite un discurso o una lección dicha muchas veces:

-La idea equivocada y funesta de que el hombre sea una unidad permanente, le es a usted conocida. También sabe que el hombre consta de una multitud de almas, de muchísimos yos. Descomponer en estas numerosas figuras la aparente unidad de la persona se tiene por locura, la ciencia ha inventado para ello el nombre de esquizofrenia. La ciencia tiene en esto razón en cuanto es natural que ninguna multiplicidad puede dominarse sin dirección, sin un cierto orden y agrupamiento. En cambio, no tiene razón en creer que sólo es posible un orden único, férreo y para toda la vida, de los muchos sub-yos. Este error de la ciencia trae no pocas consecuencias desagradables; su valor está exclusivamente en que los maestros y educadores puestos por el Estado ven su trabajo simplificado y se evitan el pensar y la experimentación.

Como consecuencia de aquel error pasan muchos hombres por «normales», y hasta por representar un gran valor social, que están irremisiblemente locos, y a la inversa, tienen a muchos por locos, que son genios. Nosotros completamos por eso la psicología defectuosa de la ciencia con el concepto de lo que llamamos arte reconstructivo. Al que ha experimentado la descomposición de su yo le enseñamos que los trozos pueden acoplarse siempre en el orden que se quiera, y que con ellos se logra una ilimitada diversidad del juego de la vida. Lo mismo que los poetas crean un drama con un puñado de figuras, así construimos nosotros con las figuras de nuestros yos separados constantemente grupos nuevos, con distintos juegos y perspectivas, con situaciones eternamente renovadas. ¡Vea usted!

Con los dedos silenciosos e inteligentes, cogió mis figuras, todos los ancianos, jóvenes, niños y mujeres, todas las piececillas alegres y las tristes, las vigorosas y las débiles, las ágiles y las pesadas; las ordenó con rapidez sobre el tablero formando una combinación, en la que aquéllas se reunían al punto en grupos y familias, en juegos y en luchas, en amistades y en bandos enemigos, reflejando al mundo en miniatura. Ante mis ojos arrobados hizo moverse un rato al pequeño mundo lleno de agitación, y al mismo tiempo tan en orden; lo hizo jugar y luchar, concertar alianzas y librar batallas, comprometerse entre si, casarse, multiplicarse; era en efecto un drama de muchos personajes, interesante y movido.

Luego pasó la mano con un gesto sereno por el tablero, tumbó suavemente todas las figuras, las juntó en un montón y fue construyendo, artista complicado, con las mismas figuras un juego completamente nuevo, con grupos, relaciones y nexos diferentes en absoluto. El segundo juego se parecía al primero; era el mismo mundo, estaba compuesto del mismo material, pero la tonalidad había variado, el compás era distinto, los motivos estaban subrayados de otra manera, las situaciones, colocadas de otro modo.

Y así construyendo el inteligente artífice con las figuras, cada una de las cuales era un pedazo de mí mismo, numerosos juegos, todos parecidos entre sí desde cierta distancia, todos como pertenecientes al mismo mundo, como comprometidos al mismo origen, cada uno, sin embargo, enteramente nuevo.

-Esto es arte de vivir -dijo doctoralmente-; usted mismo puede ya de aquí en adelante seguir conformando y animando, complicando y enriqueciendo a su capricho el juego de su vida; está en su mano. Así como la locura, en un grado superior, es el principio de toda ciencia, así es la esquizofrenia el principio de todo arte, de toda fantasía. Hay sabios que se han dado cuenta ya de esto a medias, como puede comprobarse, por ejemplo, en El cuerno maravilloso del príncipe, aquel libro encantador, en el cual el trabajo penoso y aplicado de un sabio es ennoblecido por la cooperación genial de una multitud de artistas locos y encerrados en manicomios. Tome, guarde usted para sí sus figuritas; el juego le proporcionará placer aún muchas veces. La figura que hoy, haciendo de coco insoportable, le eche a perder el juego, mañana podrá usted degradarla, convirtiéndola en un comparsa insignificante. Usted, al juego siguiente, puede hacer una princesa de la pobre y simpática figurilla que durante toda una combinación parecía condenada a irremediable desventura. Le deseo que se divierta mucho, caballero.

Me incliné profundamente y, agradecido ante este inteligente jugador de ajedrez, guardé las figuritas en mi bolsillo y me retiré por la puerta angosta.

Fragmento de la anotaciones de Harry Haller, solo para locos. Del libro El lobo estepario.

Chaulafanita dijo...

Esos fragmentos del Lobo Estepario yo los conozco :)

Hey, me gusta tu blog, bien escrito, interesante. Seguiré visitándolo. Y ya tienes tu Nikon? Vi unas fotos en tu flickr.